Los psicólogos solemos definir la motivación como un impulso que nos lleva a hacer algo. Es ese empujoncito que nos damos desde dentro para empezar a estudiar, comprometernos con el ejercicio físico o apuntarnos a un plan social determinado. 

Aun así, tenemos que especificar que existen dos tipos de motivación: la motivación intrínseca y la motivación extrínseca. Por ejemplo, hay personas (sí, no es tan raro) que disfrutan de la actividad de estudiar por el aprendizaje que supone. Por tanto, el “premio” se encuentra dentro de la propia tarea. 

Sin embargo, en otros casos una persona puede volcar más interés en estudiar porque sabe que recibirá una recompensa cuando muestre sus resultados (un viaje, algún objeto…). En esta situación, el “premio” está fuera de la tarea.

No es que un tipo de motivación sea mejor que el otro, y tampoco tienen por qué ser mutuamente incompatibles (pueden darse a la vez), pero sí que es cierto que a los psicólogos entender dónde está el origen de la motivación nos ayuda a poder establecer objetivos con una persona que quiere hacer cambios en algún aspecto de su vida. 

¿Qué podemos hacer para encontrar la motivación para hacer cosas?

• Primero. Saber qué es lo que quiero hacer. A menudo ocurre que muchos jóvenes se sienten con pocas ganas de estudiar, buscar un trabajo, hacer actividades de ocio o deportivas, y no se encuentra para esto una explicación aparente, pero un posible factor puede ser el que la persona se está sintiendo “presionada” para cumplir con ciertos estándares sociales, pero realmente no sabe muy bien qué es lo que quiere o necesita para estar bien consigo misma. 

• Segundo. Establecer un orden en el que voy a empezar a hacer ese “algo”. Vamos, que hay que intentar ser realistas. Si nunca he corrido una maratón, no puedo ponerme como objetivo pasar a ser un atleta olímpico en los próximos meses. 

Y no porque no tenga una capacidad física o una fuerza de voluntad notable para alcanzar este propósito, sino porque para todo se necesita un tiempo y una adaptación. 

Proponer metas realistas, es decir, que realmente podamos alcanzar, nos ayudan a combatir la frustración ligada a las dificultades que me puedo ir encontrando durante el proceso de cambio. 

• Tercero. Plantearme cuándo y cómo voy a empezar. Establecer un momento en el que vayamos a iniciar el proceso nos predispone a nivel de pensamiento para que el arranque resulte más sencillo. 

• Cuarto. Perseverar. No pasa nada si, de tres días que me he propuesto salir a correr, uno me siento muy cansado o desanimado y lo descarto de mis planes. Todos tenemos derecho a interrumpir una planificación que habíamos establecido, porque a todos nos pueden ocurrir cosas que son objetivamente más importantes o más urgentes en un momento dado. 

Ahora bien, debemos tener claro que ese “salto” en la agenda es una excepción y no la norma, y también ser capaces de aceptar que un “salto” en la agenda puede ser necesario y no es un fracaso;siempre sacaremos más rendimiento a lo que hagamos si lo hacemos en un estado de ánimo que nos permita disfrutar de la actividad y que esto se convierta en un reforzamiento de la misma (o sea, que cada vez tenga más ganas de hacerla y no al revés). 

Si tienes dificultades para encontrar motivación para iniciar alguna tarea o para mantenerte en alguna actividad que ya has empezado, podemos ayudarte.

Contacta con T'escoltem, el Servicio de Asesoramiento Psicológico para jóvenes. ¡Te esperamos!